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domingo, 29 de junio de 2008

El valor del cambio


Nothing is better in this life than a beautiful day... o eso al menos debieron pensar los de U2 cuando el sol se habría hueco, de tiempo en tiempo, en la húmeda Irlanda, dejando atrás los rainning days. El sol entre la penumbra de un gélido temporal suele suponer un perfecto símil del valor del cambio que os deseo transmitir.

Parece ser que el motor que articula el conjunto de los hombres en sociedad es aquella definida por el término progreso. Supongo que todos venimos a entender ese concepto como cambio, avance, caminar hacia adelante o mejorar una situación presente o pasada. Es una palabra o concepto bastante ancestral, ya registrada en el latín, progressus.

La "fuerza del progreso" convertida en voluntad de cambio ha llevado a la humanidad hasta nuestros días, introduciendo en la vida de las personas verdaderas mejoras de calidad de vida. El sentido del progreso creo que se puede entender como parte de la propia existencia o naturaleza humana, caracterizando ese sentimiento de mejora, de desarrollo personal, esa necesidad de huir del conformismo, esa búsqueda renovada de la verdad, de dar sentido a nuestras vidas, ya no sólo desde un punto de vista personal, sino colectivo.

Todas las teorías filosóficas, doctrinas de caracter religioso, cada acción del hombre adulto va encaminada en busca de un progreso, ya sea el suyo particular o el colectivo. Luego, todas nuestros movimientos vitales buscan un sólo camino, a veces incierto pero con una misma meta, aunque ésta sea inconsciente.

¿Acaso no es el "progreso social y humano" algo así como la forma de aunar el desarrollo personal de los individuos que viven "libres" en sociedad?

Si abandonamos a la suerte, al más puro albedrío, a nuestras nuevas generaciones... ¿no estaremos incurriendo en una involución de ese desarrollo de la humanidad? Si nuestros chicos no están preparados para ser personas, que no profesionales, pues más importante es lo uno que lo otro, que futuro y que humanidad estaremos construyendo.

Si nos dejamos engañar por las falsas banderas de la libertad y la falacia del moderno progresismo social, nos estaremos cediendo a la opción de que no haya un verdadero cambio. La sociedad, ésta y todas las anteriores, han sido dependientes de un dinamismo que no sólo generaba un avance para la humanidad sino que concertaba la creación y expresión cultural y artística como modelo de cambio, como una manera de expresar ese desarrollo intercultural de transformación de la sociedad, un cambio lento y silencioso que nos trajo numerosas revoluciones sociales, culturales e intelectuales.

Podrá seguir creciendo el ser humano, ser un hombre adulto y maduro, cuando toda la responsabilidad de creación la ha cedido a una dependencia tecnológica y vida acomodada que nos convierte en seres no-autónomos y, por tanto, no libres.

Quizás se otorgue demasiada importancia a la tecnificación de la sociedad del siglo XXI, donde parece que existieran individuos que sólo viven por y para la tecnología. ¿Acaso ésta no es sólo un medio? Y si nos estuviésemos dejando abrazar por una esclavitud tecnológica que nos va robando tecla a tecla el último suspiro de humanidad, el último aliento de personas.

Miedo da quienes, por ende, proclaman a sí mismos representantes de ese cambio, ese progresismo cuando en realidad sólo buscan cambiar e instalar su propio modelo de sociedad, sus ideas y sus teorías.

En mi opinión, el cambio y el progreso es un proceso auspiciado por cada uno de nosotros, en nuestra vida cotidiana. Somos las personas el verdadero motor de la sociedad, quienes debemos decidir cómo ha de ser ese cambio y qué tipo de progreso requiere la humanidad. Un proceso que no debe tener en cuenta sólo al capital, ni sólo a una parte de dicha sociedad por muy representativa que sea.

El futuro lo creamos en todos, tantos los buenos como los malos. Que no se nos olvide.




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